Hoy he dado un paseo por Madrid, un paseo solitario y largo que me ha servido para darme cuenta de que Madrid está formada por colores. Colores que impregnan cada rincón de la capital, colores que llenan cada espacio como si les perteneciera, colores que pasean al lado de la gente, que planean por los atascos de primera hora de la mañana, colores que agobian, que tranquilizan, que cambian el humor o que, como me ha pasado a mi, hacen que conozcas la ciudad como nunca la has conocido.
He salido de casa y Abascal era como una piscina de bolas, como el mural de una guardería. Todos los colores estaban presentes en el embotellamiento que da los buenos días a Madrid. La Castellana es la mezcla, es el Pollock de nuestra ciudad. Están los colores originales, las tonalidades sobrias y suaves de edificios, los verdes de las medianas, lo paseos y las plazas y el blanco y gris de las fuentes se complementan con los mates de las flores que alegran una calle que da gusto recorrer.
Todos ellos luchan por no sucumbir al color de las máquinas que luchan por ver quién brilla y luce más entre tanta sobriedad y orden. Para los colores entrantes no importa el orden, importa correr y ocupar el mayor espacio posible.
Es fácil suponer que los jardines como el Retiro, el Capricho o la Casa de Campo son verdes, pero también son azules si haces un descanso y miras al cielo esperando que alguna mano de la vuelta a la esfera para que la nieve baile entre los verdes árboles, los verdes paseos y los verdes rincones de los parques de Madrid.
He paseado por el centro, pero he tenido que darme la vuelta. También había colores pero me agobiaban, me consumían y no me dejaban pasear en paz. He preferido ir hacia la zona de los museos donde el color de los alrededores te anuncia la cantidad de colores que te esperan al cruzar cualquiera de sus puertas. Otro día, hoy necesito ver los colores de fuera.
Para acabar mi paseo, que cada vez me recuerda más a una caja de lapiceros Alpino, he ido a un sitio donde sabía que iba a encontrar colores. Me daba el tiempo justo para llegar y contemplar el atardecer que cuando era pequeño me saludaba a la salida del colegió, sólo tuve que ir a Vallecas, subir una cuesta decorada por los verdes de los jardines, el blanco del centro comercial, el azul de la Seguridad Social, el rojo de los bomberos y llegar a todos los colores que el sol puede desprender mientras a sus pies Madrid acaba su jornada laboral.
Los últimos colores de mi paseo son la modernidad y las obras, son los colores de las líneas de metro que surcan los negros túneles de Madrid mientras la ciudad se va a dormir.
Y yo mientras tanto, aquí sigo pensando en Madrid, en mi azotea.
No te cortes. Habla