Archivo de abril 2007

Una historia de violencia

Hoy he visto una película. No me ha parecido tan buena como me la habían pintado. Dice el director que todo el mundo tiene más de un episodio de violencia a lo largo de su vida. Creo que cuando llegue el mio, no tendré más. Estaré ahí abajo en porciones. Por cierto, William Hurt, sale cinco minutos y está de Oscar

Y mientras tanto yo aquí sigo, en mi azotea

Es único, es House

Cada día es mejor este tío, y lo demuestra con escenas como esta:

y ahora, para relajar el ambiente, sus mejores frases:

Y mientras tanto, aquí sigo, en mi azotea

Llegar

Los pitidos inconstantes del electrocardiograma eran el único sonido perceptible en la habitación 478 del Hospital Universitario. La abuela Nieves se moría poco a poco sin que nadie pudiera hacer nada para impedirlo. Sus cinco hijos ya no sabían que hacer en la habitación, nadie era capaz de decir nada, solo esperaban. Las enfermeras entraban y salían cada poco respetando el silencio que reinaba en la habitación. Mientras todas las caras estaban desfiguradas por el llanto y la tristeza, la abuela Nieves parecía sonreír desde la cama de inmaculadas sábana blancas.

Tras casi dos horas de espera, los incómodos pitidos, se convirtieron en uno solo agudo y terrible. Los médicos se afanaban en una reanimación improbable mientras asomaban nuevamente y con más fuerza las lágrimas en los ojos de Blanca, Alfonso, Álvaro, Lucía y Araceli. En pocos minutos el silencio volvió a la habitación sólo roto por llantos y suspiros ahogados. Mientras los hijos de la abuela Nieves seguían sin reaccionar, ella buscaba las llaves de casa en su gran bolso marrón.

Hacía un día magnífico, la brisa movía las hojas de los árboles del jardín. Cuando por fin abrió la puerta, fue hasta el salón. Sus padres y sus suegros charlaban animadamente en una esquina. Su marido Mariano, leía el periódico, como siempre, en el gastado sillón de orejas, mientras sus nietos correteaban y jugaban a su alrededor. Su hermana llegaba desde la cocina con canapés y bebidas para todos mientras su otro hermano despejaba la mesa para que cupiera todo. Todos eran felices, incluso sus hijos los que minutos antes lloraban alrededor de la cama en la que había muerto.

Este cuento también lo escribí en noviembre del pasado año.

Mientras tanto, aquí sigo, en mi azotea.

La sorpresa

Una pequeña peli de Javier Fesser para pensar un poquito:

Y mientras tanto, aquí sigo, en mi azotea.

Por separado por favor

Me he animado con esta nueva sección de “Pequeños placeres…”, y como en este momento no me apetece saltar, creo que seguiré con mis digresiones al menos un día más y para celebrarlo será con otro placer de la vida que llevaba por ahí abajo.

Los paquetes de regalo. No los regalos en sí, ni la preparación que lleva un regalo, que puede estar muy pensado y muy currado o haberlo elegido cinco minutos antes de dárselo a quien se lo merezca. Tampoco es la cara que se nos queda a todos cuando nos dan un regalo sin esperárnoslo. A mi personalmente, desde que estoy aquí arriba no es que reciba muchos regalos, es más creo que no he recibido ninguno ni tiene pinta de que vaya a recibirlos…

A lo que iba. Los paquetes de regalo. Eso es más que un arte, es increíble lo que una persona que sabe envolver hasta el paquete más complicado y que encima pone todo su cariño en cada cosa que envuelve puede llegar a lograr con un papel bonito, un rollo de celo y unas tijeras. Yo, no sería capaz.

Os extrañará esto que cuento, pero antes de subir cuarenta y siete plantas de un edificio dispuesto a saltar en cuanto se me acabaran las digresiones, yo también era persona, no diré que era una persona normal, pero persona era, o al menos eso me decían.

Bueno el caso es que, cuando estaba ahí abajo, un día pase por una tienda, compré y como quería regalarlo, fui al mostrador en el que había una chica envolviendo, le di el objeto en cuestión y al final, allí me quede todo el santo día mirando como envolvía cuidadosamente cada cosa que la llevaban. Me hubiera quedado más tiempo, pero se fue cuando cerraron, una pena.

Al día siguiente volví, y al otro y al otro. No podía dejar de mirar sus manos envolviendo. En la tienda ya se empezaban a mosquear de que estuviera allí todo el día mirando, así que lo que hice fue ponerme a trabajar en la tienda. Pero claro tuve que dejar el trabajo, uno no puede estar en lo alto de una azotea a punto de suicidarse y trabajando a la vez. Eso sí, me di cuenta del placer que son los paquetes de regalo bien hechos.

Y mientras tanto, aquí sigo, en mi azotea.

todo un arte

Metro de Madrid, vuela

Llego tarde. Definitivamente muy tarde. Necesito estar en mi puesto de trabajo a las nueve y el Metro no llega. Por fin, ya era hora. No puede ser, va hasta arriba, a ver si consigo entrar, ya está, embutido humano mañanero. ¡Que asco! El tío que tengo al lado huele a fritanga. No hay quien lo aguante, ¿Es qué no conoce lo que es el desodorante? Con tanto anuncio de cuidados corporales, supongo yo que alguno habrá visto. Parece que no. Me asfixio. Menos mal, una estación, aire. Se va vaciando algo esto. Un sitio libre, voy a sentarme, ya estoy a punto. ¡¡Nooo!! Me ha empujado, una señora gorda impregnada en pote me ha empujado para sentarse ella, ¿es qué nadie lo ha visto? Eso es penalti y expulsión. Encima me sonríe, será…

Llegamos a Sol. Atención, estación en curva, correspondencia con líneas 2 y 3.  El vagón se libera, pero no consigo respirar con normalidad, siento como si nunca fuera a llegar. Por fin consigo un sitio. Entra alguien a mendigar. Es mejor pedir que robar… Le doy unos céntimos, lo que me queda. Espera para bajarse, masculla algo ininteligible. Llega Atocha, siento que me muero y encima llego tarde. Enfrente se sientan una pareja de felices enamorados, se abrazan, se miran, se miman, se sonríen. Él dice algo, ella cambia el gesto. Has metido la pata hasta el fondo muchacho. Guantazo va, guantazo viene. Se bajan en Pacífico.

Quedan cuatro estaciones y mi corazón ya late con dificultad, mi respiración no lleva el ritmo de siempre. Un niño y su madre se sientan a mi lado. El niño cuenta su taco de cromos como si le fuera la vida en ello, su madre lleva en la mano derecha los utensilios del niño. El abrigo, el paraguas de Mickey Mouse, la tartera, el balón de fútbol y la mochila carrito con dos toneladas y media en libro y material escolar. Asombroso. En la izquierda, la galleta que el niño no se ha tomado en el desayuno. No parece que vaya a comérsela. Dos estaciones y me muero poco a poco. Queda una y la gente me obvia. Se muere alguien a su lado y como el que oye llover. Ya llegamos, unos pocos metros y ya estoy. El tren para entre estaciones y yo sigo con mi lento y penoso camino hacia la muerte. Próxima estación Buenos Aires, ¿Irónico, no? Me intento levantar, no puedo. Me estoy muriendo, me muero, me morí.

Un cuento que rescribí en noviembre del año pasado

Y mientras tanto aquí sigo, en mi azotea

Pequeño placer

Kafka y la muñeca viajera

Un pedazo de libro (cuento) para pasar un rato bonito, intenso y agadable.

Y mientras tanto aquí sigo, en mi azotea

Infiltrados

InfiltradosDirección: Martin Scorsese.
Duración: 152 min.
Reparto: Leonardo DiCaprio (Billy Costigan), Matt Damon (Colin Sullivan), Jack Nicholson (Frank Costello), Mark Wahlberg (sargento Dignam), Martin Sheen (Capitán Queenan), Ray Winstone (Señor Francés), Vera Farmiga (Madolyn), Alec Baldwin (Capitán Ellerby), Anthony Anderson (Brown), Kevin Corrigan (Sean), James Badge Dale (Barrigan).
Guión: William Monahan, inspirado en la película Juego sucio (Infernal affairs), de Andrew Lau y Alan Mak.

 Fui al cine a verla después de los Oscar y me gustó, aunque no me pareció como para llevarse el premio a mejor película. Una semana más tarde me lo pasé en grande viendo Pequeña Miss Sunshine, y ayer volví a ver la película de Scorsese y ya no me pareció merecedora ni de ser la mejor película, ni tener el mejor director, ni mucho menos el mejor guión adaptado. Lo siento debo ser raro.

Los diálogos flojean muchísimo, la mitad de ellos sirven para telegrafiarte lo que estás viendo y eso no me gusta. Cuando veo algo así en una película, me pone enfermo, porque no me gusta que me cuenten lo que estoy viendo.

Si estoy viendo un partido de fútbol por la tele, lo último que quiero es que me lo cuenten como la radio. Por algo tenemos ojos desde por la mañana temprano.

Un último apunte, no me parece que tenga mucho mérito dirigir ese pedazo de reparto. Oye, y con todo esto yo pasé un buen rato.

Y mientras tanto aquí sigo, en mi azotea

Haz caso a tu abuela

Que no te vendrá mal. Mi abuela, que por cierto es una crack, viéndome un día salir de casa con el mp3, me dijo que los jóvenes no tenemos ni idea de lo que es disfrutar. Dice, que no hay nada mejor cuando se va en transporte público que escuchar las conversaciones de alrededor.

Ahora que estoy aquí arriba, la entiendo y comparto su tesis. Aunque aquí no tengo alrededor, he optado por escuchar lo que dicen en los pisos sobre los que estoy sentado. He escuchado a dos personas hablar. Una era una mujer seguro, la otra, podría ser cualquier cosa dado el tono de su voz, algo estridente y siempre intentando quedar por encima. Me cae mal y punto.

El sujeto 1 le decía al sujeto 2 (el que me cae mal) que cuando una persona tiene defectos, no se le pueden cambiar, que sería cambiar su forma de ser, su carácter, y eso no se debe hacer. El sujeto 2 (que me sigue cayendo mal) sostenía que no, que los defectos se pueden mejorar y además es bueno que le recuerden a uno los defectos que tiene.

Aunque a cada minuto que pasaba me caía peor el sujeto dos, yo personalmente estoy con él sin que sirva de precedente.

Las personas cambian, mutan. Pulir defectos no es malo, es la leche, y además no tiene porqué afectar al carácter. Si no, esta vida sería un coñazo y aquí estaríamos todos en lo alto de esta azotea dispuestos a saltar en fila india por no ser capaces de mejorar.

Mientras tanto yo aquí sigo, en mi azotea.

Ácido Sulfúrico

Acabo de leer un libro cruel. Ácido Sulfúrico de Amélie Nothomb.

Los creadores de lo último en Reality Shows se dedican a capturar gente sin ton ni son por las calles de París, son transportados a un campo de concentración al más puro estilo nazi. Unos participantes son presos y otros Kapos, dedicados a la vejación y al golpeo de los «concursantes». La audiencia sube como la espuma sobre todo cuando cada mañana se elige a los presos más débiles para eliminarlos-matarlos en directo. El no va más llega cuando es la audiencia la que debe decidir a quién se asesina.

La crueldad de la televisión llevada a peligrosos extremos que nos hacen pensar qué tipo de televisión tenemos ahora y qué será lo próximo.

Mientras tanto yo aquí sigo, en mi azotea.


El Sello

el sello

Agotamiento neurótico con predisposición a molestar

Gente que ha subido

  • 164.419 digresores

Placas-Homenaje en mi azotea

picotas

mosby

lugarteniente mejorando lo presente

lacasitos

Días en los que aquí sigo…

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Las escrituras de la azotea

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