Llego tarde. Definitivamente muy tarde. Necesito estar en mi puesto de trabajo a las nueve y el Metro no llega. Por fin, ya era hora. No puede ser, va hasta arriba, a ver si consigo entrar, ya está, embutido humano mañanero. ¡Que asco! El tío que tengo al lado huele a fritanga. No hay quien lo aguante, ¿Es qué no conoce lo que es el desodorante? Con tanto anuncio de cuidados corporales, supongo yo que alguno habrá visto. Parece que no. Me asfixio. Menos mal, una estación, aire. Se va vaciando algo esto. Un sitio libre, voy a sentarme, ya estoy a punto. ¡¡Nooo!! Me ha empujado, una señora gorda impregnada en pote me ha empujado para sentarse ella, ¿es qué nadie lo ha visto? Eso es penalti y expulsión. Encima me sonríe, será…
Llegamos a Sol. Atención, estación en curva, correspondencia con líneas 2 y 3. El vagón se libera, pero no consigo respirar con normalidad, siento como si nunca fuera a llegar. Por fin consigo un sitio. Entra alguien a mendigar. Es mejor pedir que robar… Le doy unos céntimos, lo que me queda. Espera para bajarse, masculla algo ininteligible. Llega Atocha, siento que me muero y encima llego tarde. Enfrente se sientan una pareja de felices enamorados, se abrazan, se miran, se miman, se sonríen. Él dice algo, ella cambia el gesto. Has metido la pata hasta el fondo muchacho. Guantazo va, guantazo viene. Se bajan en Pacífico.
Quedan cuatro estaciones y mi corazón ya late con dificultad, mi respiración no lleva el ritmo de siempre. Un niño y su madre se sientan a mi lado. El niño cuenta su taco de cromos como si le fuera la vida en ello, su madre lleva en la mano derecha los utensilios del niño. El abrigo, el paraguas de Mickey Mouse, la tartera, el balón de fútbol y la mochila carrito con dos toneladas y media en libro y material escolar. Asombroso. En la izquierda, la galleta que el niño no se ha tomado en el desayuno. No parece que vaya a comérsela. Dos estaciones y me muero poco a poco. Queda una y la gente me obvia. Se muere alguien a su lado y como el que oye llover. Ya llegamos, unos pocos metros y ya estoy. El tren para entre estaciones y yo sigo con mi lento y penoso camino hacia la muerte. Próxima estación Buenos Aires, ¿Irónico, no? Me intento levantar, no puedo. Me estoy muriendo, me muero, me morí.
Un cuento que rescribí en noviembre del año pasado
Y mientras tanto aquí sigo, en mi azotea
No te cortes. Habla