Desde que ayer salí por la puerta del palacete de Huntington no he podido evitar estar triste, pero tampoco dejar de sonreír. Hoy se acaban seis meses de mi vida que empecé pensando que iban a ser muy largos y hoy son cortos. Boston ha sido diferente a como lo imaginé, porque ya no es sólo el nombre de una ciudad americana, es la gente con la que he vivido esto.
Puedo contar mil cosas e incluso seguro que me acabo poniendo sentimental para cerrar la azotea de Boston. Me acuerdo de las anfitrionas de la primera fiesta, las que me metieron en el meollo. En los cuatro de la casa verde. Las primeras fiestas con los termómetros bajo cero y taxistas que escuchan a Julio Iglesias. Decidir que es mejor llamar a un autobús porque somos demasiados para taxis.
Darse cuenta de que esta ciudad cierra demasiado pronto y de que los puertas piensan que he falsificado mi pasaporte. Mientras, empiezo a caer en que he tenido mucha suerte porque esta gente es alucinante y desde el minuto uno como si fuera uno más. Memorizando nombres que ya no se olvidan. Descubriendo un mundo nuevo y después de la fiesta de finde, coincidir con la policía antes de llegar a casa. Ser padre y ser madre entre semana. Ser turista sábado y domingo y hacerme al ritmo de este país. Buscar clases de inglés y seguir conociendo poco a poco a gente buena de verdad.
Nueva York se vuelve ultravioleta con Hellboy. El turismo es mucho y la fiesta cierra con el sol encima de algún rascacielos. Marta y Manél hacen más grande Manhattan y yo disfrutando como un enano.
En San Patricio, nosotros los de Boston cantamos el Sweet Caroline a muerte mientras unos se sujetan a otros para no llegar a casa a gatas. Hablar con casa y recibir jamón. Escribir postales, dibujar postales y recibir postales. Contar cuentos y pasar páginas de la Moleskine poco a poco. De repente Copa, Liga y Champions. De repente mu vuelvo a la Edad Media pero mi padrino es El Padrino.
Disfrutando como un enano cada vez que voy al zulo porque la extraña pareja es grande, grande, grande. Aunque Cervi descubriera que en realidad me invento los virus. Demasiadas agujetas de reírme en esa casa que se unen a las de jugar al fútbol gracias a Mario. Reír hasta llorar con Pablo en un ascensor porque una sueca y una alemana hablan en un dialecto sacado de la Tierra Media. Conocer a Uribo un día después de que te lo presenten porque no se ha dado cuenta, pero ya pasó porque ahora corre cuatro minutos al día. Es sin duda el hombre con más pachorra que he visto en mi vida. Las niñas siempre sonriendo y las tres cracks del gueto no es que jueguen en otra liga, es que practican otro deporte al del resto de los mortales.
Ciro y Cervi cuidándome como a un hermano pequeño, empezar pronto y acabar tarde. Salir en plan valiente y volver cobarde y usando el bloc de notas. Hacer caso omiso de las recomendaciones y dejarlo correr porque, total, me vuelvo ya y es ridículo. Que Ciro pregunte una cosa y contestarle a lo que me apetece. Fiesta de la playa, y volver a casa llenos de arena y con toallas que uno no sabe de dónde ha salido. Fiesta de los ochenta en los que celebrar mi cumpleaños. No saber si asustarse o flipar en casa de un libanés que no sabe la diferencia entre «tenemos alcohol» y «teníamos alcohol». Fiesta y más fiesta con Pablo, Ciro, Cervi y Cris. Fiesta para Cervi y Cumpleaños para Ciro. Piscina y Barbacoa, copas a deshoras y no vayan a faltar cervezas en la nevera.
Empieza a volver a la gente después de sus vacaciones y ver que hay una niña con ojillos de enamorada. Otra quiere tenerlos y los tendrá. Y mientras Boston se va acabando descubrir que hay una peli en la que el chico bueno no se lleva a la chica. Pero ya estas alturas uno está demasiado triste como para ponerse triste por él.
Y todo esto también es gracias a Lucas Jr. y a Juan, a Isabel y sus postales, a Pilar y sus postales. A los dibujos de mis niños de Madrid y de mis niños de Boston. A pensar que ya queda nada para quedar en Bocata y cantar Groenlandia de camino a Alburquerque. Gracias a los mails de mi casa y descubrir con mis padres las maravillas de la mensajería instantánea.
Y por supuesto gracias a quien me ha cuidados seis meses, a quien construye en playas que empiezan en Cádiz y que acabarán en el extranjero, a quien hace listas para meterse conmigo y a quien no necesita que siga escribiendo este párrafo porque sabe todo lo que pondría.
Gracias de verdad a todos los que me habéis construido Boston: Pilar, Bárbara, Alfonso, Álvaro, Carlos, Toño, Pablo, Mario, Ignacio, Quique, Luis, Uribo, Teresa, Elena, Pilar, Myriam, Marta, Garza, Cris, Cervi y Ciro.
Y mientras tanto, de regreso a mi azotea, a mi casa, a Madrid.
No te cortes. Habla